El cuento de la criada // Los testamentos

Margaret Atwood

En un futuro distópico, un grupo de religiosos extremistas consigue el poder en Estados Unidos, el cual se convierte en un nuevo país totalitario bautizado como Gilead. Debido a la contaminación, la esterilidad es una característica mayoritaria, por lo que las mujeres fértiles se convierten en objetos procreadores. Defred es una de estas mujeres: ha sido obligada a dejar de ser libre para convertirse en una Criada.

  • Editorial

    Penguin Random House (narrativa Salamandra)

  • Año y lugar de edición

    1985 // 2019

  • Número de páginas

    416 // 512

  • Lo mejor

  • El estilo directo, contundente
  • La historia: ¡te atrapa!
  • Los temas, la correlación con el presente
  • La intimidad compartida con la narradora/narradoras

Soy malísima para ver series. Digo esto porque, hace unos dos años, dejé a medias la producción televisiva de El cuento de la criada a pesar de lo mucho que me estaba gustando. Decidida a retomarla, me enteré de que la historia distópica que tanto me interesaba estaba basada en un libro homónimo que contaba también con una segunda parte. Si tengo que elegir entre una serie inacabada o dos libros con final… ¡a leer! Tras devorar ambas novelas, no puedo dejar de recomendarlas; tampoco puedo dejar de pensar en ellas, por lo que pienso volver a empezar la serie solo para quitarme el mono.

El cuento de la criada es una novela de 1985 escrita por Margaret Atwood. La acción se sitúa en Gilead, un nuevo país totalitario surgido de Estados Unidos tras un golpe de estado que lleva a cabo un grupo cristiano extremista. En Gilead, las leyes funcionan según fragmentos descontextualizados del Antiguo Testamento bíblico y la vida está regida por el miedo y la cautela propios de las dictaduras. Para esto, la autora afirma que se basó en las sensaciones que se experimentaba en Berlín Occidental, zona aún rodeada por el Muro. Decidió —como ella misma cuenta en la introducción de su obra— no incluir aparatos tecnológicos que no existieran entonces, así como ningún suceso que no hubiera ocurrido ya antes en la historia de forma similar.

“Como nací en 1939 y mi conciencia se formó durante la Segunda Guerra mundial, sabía que el orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana. […] En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar” (Margaret Atwood)

En la novela, la contaminación provoca que la mayoría de la población sea estéril, por lo que el gobierno establece que las mujeres fértiles —que antes eran estadounidenses libres— se conviertan en Criadas. De esta forma, en una sociedad machista y con una forma de vida parecida a la del siglo diecisiete, las Criadas engendran a hijos para los Comandantes, pero estos pasan a ser de las Esposas. Dicho acto está basado en la historia bíblica de Jacob, sus dos esposas y las dos criadas de estas.

El cuento de la criada es una narración en primera persona por la protagonista de la historia. La conocemos como Defred, nombre que significa su pertenencia al comandante Fred (en inglés, Offred). Nunca sabemos, pues, su nombre real, aunque existen algunas teorías al respecto. La más famosa es que su nombre es June, porque es uno de los primeros nombres que aparecen y el único que no vuelve a aparecer.  Este es, de hecho, el utilizado en la serie.

“La espera también es un lugar: es donde se espera. Para mí, lo es esta habitación. Yo soy un espacio entre paréntesis. Entre otras personas” (El cuento de la criada)

Defred es una mujer libre que vive el golpe de estado y la transición al nuevo estado, y que cuenta la separación de su marido y de su hija (no sabe qué ha sido de ellos) y su vida como Criada. En Gilead hay rebeliones internas en las sombras, en las que Defred tendrá que elegir si participar o no.

La historia es intimista y distópica; hay romance, tintes realistas e incluso crueles, así como temas políticos, religiosos, morales, etc. El estilo es directo, por lo cual la lectura es rápida y eficiente, aunque no deja de ser muy profunda.

“Me muero por cometer el acto de tocar” (El cuento de la criada)

Tras la publicación de esta novela, los fans de la novela insistieron durante años a la escritora para que concluyera la historia, pues el final es abierto. Treinta años después (el pasado año 2019) se publica Los testamentos, la continuación —y final— de la trama. Esta secuela continúa quince años después de su precuela y, en esta ocasión, nos cuenta tres historias que se entrecruzan. Cada una de las tramas está contada por tres narradoras, siendo dos desde el interior de Gilead y una desde Canadá, en la resistencia.

“A ese cuerpo de mujer se le podían hacer tantas fechorías y le podían suceder tantas desgracias, que llegué a pensar que prefería no crecer” (Los testamentos)

Cada una de las narradoras tienen una voz y personalidad diferenciadas a las demás, siendo interesantes por diferentes cuestiones. Uno de las mejores detalles de esta segunda parte es la voz narrativa de Tía Lydia, un personaje que aparece en la primera novela como cruel, inteligente y despiadado. Es una de las pocas mujeres que ostenta algo de poder en la sociedad de Gilead. En los capítulos relativos a ella podemos conocer su historia, su pasado, el porqué de sus actos.

Esta novela también sigue el mismo estilo que la primera, si bien es menos intimista y sigue un formato de thriller. Aunque al principio cuesta un poco situarse con las distintas narradoras—todos mujeres— también te atrapa igualmente hasta el final, por lo que me la bebí en poco más de una semana. Si bien la primera novela tenía un final abierto pero contundente, esta lo perfila y deja asimismo buen sabor de boca. Ambos libros responden a una lectura testimonial (son escritos que simulan ser testimonios para ser leídos o descubiertos en la posteridad) que hoy día no deja de estar a la orden del día. La contaminación ambiental, la aparición de movimientos extremistas, las tensiones políticas internacionales, la concentración del poder en cada vez menos manos, las demostraciones de odio en Internet… son símbolos actuales que son las claves de estas dos novelas. ¿Es su lectura, pues, necesaria? Yo diría que sí. Y vosotros, ¿qué opináis?

“Escribo, escribo para dejar constancia de todo, aunque a menudo temo que sea en vano” (Los testamentos)

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